No lo volveré a hacer más
En el día de hoy voy a traeros una reflexión sobre una
acción que guarda cantidad de situaciones, cientos de razones e infinidad de
nuevas posibilidades. Es la última consecuencia del arrepentimiento, la palabra
con la que extraemos nuestras más profundas desazones, gracias a la cual
conseguimos que nuestra conciencia –que no consciencia– quede en un preocupante
estado de serenidad y sosiego. Vengo a hablaros del perdón, aunque seguro que
ya lo sabíais.
Todos coincidimos al dictar que la conciencia, la capacidad
de demorar una acción hasta llevar a cabo las pertinentes cavilaciones previas para que el deseo y la
acción concuerden, es lo que nos discierne del mundo animal. Aún así, no
mentiría si digo que nuestros ejes de conducta se fundamentan antes en la
inmediatez, en la imprudencia, en la
última dársena de la estación llamada impulso.
Actuamos sin pensar en las consecuencias futuras, sin
reparar siquiera en los posibles efectos en agentes externos, todo ello por
determinadas razones. La primera, que la libertad que se nos presupone al no
estar supeditados a las esposas de los impulsos, simplemente, no es tal. La
segunda –en la que quiero hacer hincapié– que vivimos protegidos por la red de
seguridad adscrita al arrepentimiento y a su corriente manifiesto; el perdón.
Ante cualquier situación, obramos con la carta del perdón bajo la manga, sabiendo que la oración “arrepentirse es de sabios” está
establecida en el mejor y más alto estante de nuestra mente, aceptada como
válida por todos. Consecuencia de ello, hagamos lo que hagamos, sabemos que nos
vamos a poder arrepentir y –en mayor o menor medida– volver a la situación
anterior.
Sin querer mostrar ni un ápice de desprecio hacia dicha
acción, pues las vanas mentes –guiadas por el orgullo– la omiten, me parece,
cuanto menos curioso, la concepción generalizada del perdón. En mi opinión, hay
que concebirla con una doble lectura interrelacionada. La primera es como
muestra de que lo sientes. La segunda, más complicada, es que lo sientes de
verdad.
Esto es, cuando pedimos perdón, ¿lo hacemos lamentando profundamente
nuestra acción, o es un intento de reparar el contexto resultante del acto? ¿Quizás una mezcla de ambas? Es inobjetable el valor peyorativo de una situación incómoda con alguien; a nadie nos gusta la tesitura de estar enfadados. Por ello, con el fin de evitar dicha coyuntura, pedimos perdón. No obstante, es un "lo siento" superficial, pues no estás retractándote de tu acción, sino que muestras deseo de eludir ese contexto.
Bajo mi punto de vista, el perdón verdadero lleva intrínseco el firme convencimiento de no volver a reproducir esas palabras, ese comportamiento en el que se basa el lamento. No te arrepientes cuando lloras, sino cuando cambias. Éste es el factor diferencial. Observo cómo muchas actuaciones se repiten pasado un tiempo, hasta formar un círculo repetitivo. Simplemente, piensa en la última vez que tuviste que pedir perdón. A ver si, por la misma razón, era la primera vez que lo hacías. O si será la última.
Y, no te confundas, la vida consiste en eso. En errar. Claro que es el equivocarse lo que nos hace humanos. Simplemente, creo que el perdón ostenta una mayor significación de la que le damos; pues la reincidencia no hace más que aminorar su original significante y valor. El arrepentimiento no es una recreación en nuestro mal, sino una llamada a seguir un nuevo camino. Aún así, quizás te sigas dirigiendo por aquello de "vive la vida, que ya habrá tiempo de arrepentirse". Por mi parte, prefiero quedarme con lo que un día me dijeron; hoy es siempre, todavía.