Te quiero, o así lo llamo yo

Amor. Cuatro letras que suelen ser la razón del ciclo eterno de los inexplicables dolores y alegrías humanas. Una palabra que ha posibilitado infinidad de películas, relatos, historias, novelas o canciones. Un vocablo que es la máxima expresión de la necesaria concordancia de los opuestos. Pero no, no os voy a hablar de esto último, del sufrido amor de Romeo y Julieta o de su carácter totalitario que invade nuestro cuerpo y alma. Voy a teorizar sobre cuál siento que es la relación amorosa adecuada. Aunque, te lo advierto desde ahora, es una simple -preciosa- utopía.

Celos, cólera, posesión, dominación o ego. Todos ellos conceptos, potenciados exponencialmente por las herramientas digitales actuales, que relacionamos con muestras de amor. Cuántas veces habré escuchado eso de: "si siente celos, es porque me quiere" o el tan común "los celos son necesarios". Correlación totalmente equívoca y opuesta. Los celos son un sentimiento peyorativo, nacido de una conceptualización errónea del amor. Meras interferiencias en el proceso de amar, que necesariamente debemos variar su funcionalidad para disfrutar de una plena relación amorosa. Son muestras totales de falta de confianza, de deseo de imposición de actitudes a tu pareja y -sobre todo- de sufrimiento propio. Porque, al final, la que más sufre es la persona celosa.

Y no te confundas, los celos son tan válidos como cualquier otro sentimiento. Lo que falla es su futuro empleo. Deben de utilizarse para construir, no para destruir. Deben servir para llevar a cabo reflexiones propias de si están justificadas o no, para eliminar o depurar actitudes, pero jamás para darles una alarmante validez por el simple hecho de sentirlos o emplearlos como autojustificación ante improperios o faltas de respeto.

El amor es algo totalmente alejado de todo esto. Debería de formar un perfecto binomio con la libertad, cuya unión formaría el río que desembocaría en el mejor de los mares: la felicidad. Si amas a una persona, déjale ser libre. Déjale que escoja el camino que quiera. Porque, si te escoge a ti, estarás ante la mayor prueba de amor. Y es que, el simple hecho de estar y mantenerse a tu lado, es la mayor prueba de amor veraz. Nadie actúa obligado, nuestra conducta tiene como base y fin una egoísta, comprensible, búsqueda de la propia felicidad. Si no me crees, házte las siguientes preguntas: ¿Por qué actúas de una determinada manera? ¿Por qué estás en pareja -en caso de estarlo-? ¿Por qué en la vida escoges antes a que b? En tu propia respuesta hallarás la de los demás.

En un contexto de supremacía emocional, de un estado óptimo personal, no caben las imposiciones. No debes cambiar ni un ápice de aquellas actitudes o ejes de conducta que te conforman como persona por tu pareja. Todo cambio debe nacer por convencimiento propio, no mandamiento exterior. Todo cambio debe nacer por y para ti, no para los demás. Se trata de una imposición de condicionantes, impedimentos que dificultan el proceso de disfrutar. Porque en el amor se trata de disfrutar, de sumar más que de restar, de -irremediablemente- ser feliz.

Lo verdaderamente triste es que la idea general sobre el amor está totalmente distorsionada por estas conductas. Y sino, mira a tu alrededor. La mayoría de las relaciones de mi entorno -juvenil- se quiebran por factores externos, por terceras personas, cuando deberían de alterarse por factores internos de la propia relación. Por lo tanto, la siguiente vez que envíes un te quiero como a nadie, recuerda que la a debe ir entre paréntesis.