Pienso, luego existo

Quizás muestres perplejidad si te pregunto las partes que componen al ser humano. O incipiente seguridad al presentarse en tu mente los órganos como la cabeza, la espalda o las piernas. Pero no, mi mira se aleja de la biología para postrarse en la antropología, la ciencia que estudia la realidad humana. Partiendo de aquí y de su visión dualista, clarifico que somos el producto resultante del binomio cuerpo-alma. Qué debe predominar. He ahí el quid de la cuestión.

Si comenzamos con el cuerpo, sería el espacio donde conviven los sentimientos. La parte que nos induce -mayoritariamente- al error, la cual es moméntanea, guiada por el instante y su resultante precipitación. Inciso. Espero que no te haya dado tiempo a pensar en el amor; si lo has hecho ya, olvídalo -por ahora-. Me refiero a sentimientos como la rabia, el miedo, la desesperanza o la pena. Emociones válidas solo en un momento determinado, cuando los sientes, pero cuya validez queda supeditada sobremanera al contexto existente; cuyo carácter variable imposibilita cualquier perduración temporal.

Esto es, si tus ejes de actuación se fundamentan en las emociones, irremediablemente estarás mostrando una invitación constante al error. Si fruto de una discusión se apoderan de ti la ira o la rabia, proferirás todo tipo de palabras, que; efectivamente habrás sentido y pensado, pero cuya validez depende de la duración de esa rabia o ira. Si realizas actos con miedo o por pena, serán opuestos, o diferirán de alguna manera, a los que efectuarías liberado de esos sentimientos. Recuerda que la libertad no es decir lo que piensas o sientes, sino pensar lo que dices.

Por todo esto, no respondas estando enojado, no decidas estando dolido, no actúes si no estás convencido, pero, sobre todo, no prometas estando feliz.

La mente, sin embargo, escapa de la inexactitud de lo temporal para acercase a lo atemporal (sin llegar a serlo). Conceptos como la consciencia, la serenidad o el sosiego son posibles gracias al pensamiento. Debemos conformar nuestras ideas y conductas tras un periodo de reflexión, de contemplación, para aproximarnos a aquéllo que verdaderamente creemos correcto. A aquéllo que pasado un tiempo actuaríamos de la misma forma.  Por todo ello, y dejando de lado la inteligencia emocional, concepto idílico cuyas múltiples matices dificultan su proceder, la mente debe prevalecer al cuerpo.

Ahora bien, en el amor, esta concepción debe mostrar expresas disimilitudes. Al tratarse de un tema que compete al total estado emocional del individuo, debemos asegurarnos de olvidar todo lo que he dicho hasta ahora. Aunque, pensándolo mejor, esta es otra bella discusión.