Cuestión de magia



Hace 5.500 años, al sur de Mesopotamia -actual Irak- vivía un contable. El hombre, con el fin de controlar las ovejas que salían con cada pastor, introducía bolitas y conos de diferentes tamaños que representaban las unidades, decenas o centenas en una esfera de barro. Al regresar la rompía para cuantificar los animales y observar si faltaba alguno. Una mañana no tenía bolitas suficientes, por lo que anotó el número de animales con marcas. Sin quererlo, daba comienzo a la historia de la escritura.

Irremediablemente, el arte de escribir necesita un soporte donde hacerlo. Tras siglos donde el pergamino fue dicho soporte, numerosos estudios afirman que fueron los cristianos quienes comenzaron a emplear el formato de libro moderno. Es curioso observar la infinidad de posibilidades que guarda un objeto que, a simple vista, se ve siempre de la misma manera, como una hilera de páginas, cosidas entre sí tras una primera parte denominada portada.

Esta lógica visión homogénea se rompe en miles de pedazos si se atiende a la sensación que produce en cada uno de nosotros tener un libro entre las manos. Por un lado, estarían el aburrimiento, la pereza o la indisposición para iniciar la lectura. Esta visión se acentúa en las primeras etapas de la juventud, cuando, tras dejar atrás historias cortas repletas de ilustraciones, centramos las miradas en los primeros tomos de El Quijote. Quizás sea por tratarse de una actividad producida por mandato ajeno, no por propia iniciativa. Sea como fuere, la relación entre juventud y lectura está notablemente distorsionada.

Tratándose de un tema trascendental, pues la lectura aporta al joven en todos los ámbitos de su desarrollo personal, tanto en la didáctica (mayor conocimiento cultural o riqueza lingüística) como en la mental (mayor agilidad o desarrollo de la imaginación), parece indispensable una sustancial mejora en esta relación. Para ello, el ministerio de Educación, Cultura y Deporte propone algunos consejos para formar “buenos lectores”. Dictaminan que es importante “predicar con el ejemplo, que los jóvenes vean que los adultos leen; la constancia, reservar cada día un espacio para la lectura; respetar el ritmo y los momentos favoritos de lectura de los niños o estimular y alentar la lectura, regalando libros en navidades, por ejemplo”.

En otro orden de cosas, la perspectiva cambia totalmente para aquellos que aman la lectura. Más allá del aprendizaje puramente técnico -leer mucho es indispensable para escribir de manera correcta-,  o teórico -aprendes sobre lo que lees- estaría el constante coqueteo con el mundo sentimental, ese apartado tan subjetivo (y tan enriquecedor).

Es un momento de total aislamiento, donde los sentidos de la persona se aúnan en torno a la lectura, cuya conciencia se sitúa más en el contexto perteneciente al libro que el nuestro propio. Es una manera de abstraerse de lo que hayas hecho hasta entonces, de concluir con la idea que rondaba en tu mente. Desde el momento en el que te dispones a leer, restas importancia a todo lo demás.

De la misma manera, es interesante observar cómo, en un contexto tan individualizado, donde el bien propio es el principio y fin de cada acción, la gente es capaz de confraternizar con los personajes del libro, de mostrar un grado de empatía solo manifestada con la gente -real- más cercana. Si una novela, además de contar, transmite, el destino de sus protagonistas no será indiferente para sus lectores. Una sensación que hay que diferenciar y se aleja notablemente de la superficial intriga, perteneciente al simple deseo de querer saber cómo termina el libro. “Una buena novela comienza en la primera página pero no termina nunca, siempre queda algo en ti”, leí una vez. 


La contraparte de todo esto es la escritura; en consecuencia, el escritor. Es indispensable que alguien escriba para que alguien lea. Como que alguien lea lo que se escribe. Por ello, escritor y lector conforman un binomio de obligada necesidad mutua. En este sentido, el autor atesora una especie de responsabilidad respecto a lo que escribe, no es la suya una empresa que deba atender exclusivamente el interés propio, en escribir algo que le guste a él, sino debe reparar en que sea algo con determinada validez para la audiencia.
  
Además de los beneficios anteriormente comentados, muchos advierten el encanto que desprende la lectura de un libro. El tacto, pudiendo ser rugoso, blando, duro o liso; el olor que desprende el lento transcurrir de las páginas, diferente siempre; y demás características que conforman la esencia de cada obra, imposible de intercambiar con ninguna otra.

Este hechizo se quiebra si la lectura se da en los ebook. Los libros electrónicos, surgidos a medida que el desarrollo tecnológico ha ido evolucionando, dan la posibilidad de desprenderse de la molestia que puede suponer la pesadez de un tomo. Pueden recoger en una especie de pequeña tablet un sinfín de novelas, siendo idóneo para contextos vacacionales. Asimismo, suponen una forma de ahorro frente al coste que implica la compra en versión tradicional de cada novela.

Por todo ello, hace una década existió una especie de boom con este formato. En consecuencia, las ventas del libro tradicional decayeron. Ésto, junto con la imposibilidad de aislar al ámbito cultural del fluir del mercado de libre comercio, trajo consigo la obligada clausura de pequeñas librerías. Éstas pierden el duelo con grandes multinacionales, cuya competitividad resulta inigualable.

Aun así, ambos formatos no son excluyentes entre sí. Es más, la gran mayoría de editoriales publican las novelas tanto en formato digital como físico. Para las pequeñas editoriales, la comercialización digital supone una oportunidad para llegar a mercados que, de forma tradicional y en formato papel no podrían conseguir. Por ello, una convivencia conjunta parece el camino a seguir.

La evolución tecnológica arrasa con todo a su paso. Los televisores de tubo son vistos como meras reliquias, las radios dan sus últimos coletazos en manos de los ancianos, y los niños de hoy en día no saben qué son los casette. Hasta ha podido con uno de los dos aprendizajes más valiosos que puede obtener el hombre, el habla. Los teléfonos inteligentes, que cada vez más tontos nos hacen. Con el otro, ni ha podido ni podrá. Cuestión de magia, supongo.