Para siempre

No es característico del ser humano gozar de una profunda capacidad para recordar vivencias. Ésta se potencia en momentos inauditos, los cuales quedan en nuestra mente a la espera de visualizarse cada tiempo, como si de un reguero se tratasen. Contextos fuera de lo común, viajes a lugares insólitos, la primera vez de cada experiencia, todo aquello que goza del encanto de ser algo nuevo; a la espera de ser cubierto por la tenaz capa de la normalidad y su necesario acompañante olvido. Porque sí, los días fluyen de manera ininterrumpida. Ocurren y pasan. La mayoría de ellos sin dejar ningún tipo de poso en nosotros.

Sin embargo, hay un día en la vida de cada persona que goza de un halo de eternidad. Un día que te pertenece, a ti y a esa persona con la que compartiste aquel día -si la hubo-. Y podrán ocurrir desgracias, vivir épocas donde el infortunio parece ser el protagonista de tu vida, donde el constante goteo de días parezca algo muy cercano a un túnel oscuro. Aún así, piensas que al menos viviste ese día. La sonrisa se convierte en un acto reflejo cada vez que visualizas esos momentos.

Y no, no estoy hablando de momentos de máxima felicidad que todos nosotros podemos cuantificar. Vivencias que recuerdas con amigos cada vez que os juntáis, experiencias que tratas de inmortalizar en fotografías para recordarlas después o instantes que te erizan el vello. Vendrán de manera recurrente a tu mente ejemplos de este tipo, todos los tenemos. Y viviremos muchos más. Pero no. Va más allá de eso.

Todos nosotros hemos vivido el binomio perfecto entre la timidez y el estremecimiento fundidos en el primer beso; momentos donde la relatividad del tiempo entra en su máximo apogeo, donde las horas parecen segundos; la inexplicable conexión instantánea que sientes la primera vez que hablas con el que es tu mejor amig@; o momentos en los que eres consciente de que esa conexión va en aumento. A fin de cuentas, días inolvidables todos ellos. Pero al mismo nivel.

Yo me remito al día que sucede una vez. La impagable unicidad le rodea. La comparación surge de manera reiterada. Comparación que siempre sale ganando. Crees que todas las variables volverán a conjuntarse. Hasta puedes provocar dichas circunstancias. Pero no. En el fondo sabes perfectamente que nada se le podrá parecer.

Es un día donde desde la mañana hasta la noche te -os- rodea una especie de ángel. Donde todos los detalles se aúnan para regalarte la perfección. Aquel día existió y luego pasó, pero sabes que existe en algún sitio y todas esas cosas seguirán existiendo. Para siempre.

Si sabes de lo que te hablo, llevarás casi un minuto pensando en aquel día. Si no, estás de suerte. Te queda por vivirlo.