SERES INCONSCIENTES

En términos puramente teóricos, la consciencia tiene varias acepciones según la RAE. La última de ellas habla de conocimiento reflexivo de las cosas. Tal y como explica Daniel Kahneman en su libro Pensar rápido, pensar despacio, existen dos maneras de conocer. Una es el conocimiento volátil, aquellas cosas que pasan por nuestra mente de manera rápida, sin ningún poso y se van tan fácil como han llegado. En nuestro día a día, estamos constantemente recibiendo impulsos de estos, a los que no hacemos mayor caso.

Sin embargo, existe otra forma de conocer; aquella mediante la cual nuestra mente retiene los datos de manera fija y, en un espacio de tiempo medio-largo, estos conocimientos quedan adscritos en los cimientos de nuestro cerebro. Para conseguir esto, hay que mostrar virtudes como la atención y la retención. Ahora bien, existe un tercer acto en todo lo que concierne al conocimiento. Aquel que se centra en pensar sobre lo que conocemos. Reflexionar sobre lo que sentimos. En éso -o en su falta- me quiero centrar, en el ser consciente de las cosas.

Uno de los mayores desafíos del mundo actual es, ni más ni menos, la felicidad. Entendiendo felicidad como estado neutral del ser humano, aquel en el que se siente a gusto de manera regular y de manera temporal con su vida. Porque los momentos y días perfectos, son eso, momentos y días. Y digo desafío porque relaciono estrechamente la necesidad de reflexión con la consecución de felicidad. Y, hoy en día, no somos más que seres inconscientes.

Vivimos en un mundo donde se nos ha enseñado desde pequeños a hacer cosas, a estar ocupados. Convertimos nuestro día a día en una consecución infinita de quehaceres, impulsos exteriores con los que mantener nuestro cuerpo y mente activos y llegar cansados a casa, con una sensación de plenitud, de sentirse orgulloso con uno mismo. Claro está, para aquellos momentos donde no tenemos nada que hacer, o hasta en los que sí, está el móvil, para seguir manteniendo la mente ocupada en una infinita sucesión de memes.

A los niños, desde pequeños, se les enseña a ir a clase ocho horas, para después ir a inglés, a tocar un instrumento o a hacer ballet. En conjunto, de las 12-14 horas en los que está despierto, 8 los pasa en clase y otro par en una actividad extra escolar - si no es en varias-. Si tiene que hacer las 5 comidas diarias, calculad las horas restantes para lo más básico para un niño -además de ir a la escuela-: jugar, caerse, conocer el mundo con sus manos. Para no hablar de aquellos que desde los 3 años cuentan con una tablet. Dantesco.

Este modo de vida se transfiere a jóvenes y adultos. Vivimos en un contexto donde todo es superficial, donde todo es un juego de máscaras. Donde importa más lo que piensen los demás de mí, que lo que yo pienso. Si lo hago, claro está. Donde los móviles y nuestro modo de vida nos están alejando de manera irremediable de lo verdaderamente importante. Desde jóvenes nos tratan como a agentes productivos que introducir en la estructura económica. Desde niños se nos pregunta qué queremos ser de mayores. Con 18 años tenemos que tomar una decisión trascendental cuando nadie tiene un mínimo de madurez para tomarla. En mi vida de estudiante nunca me han preguntado ni una sola vez lo más importante, ¿eres feliz?. Porque no interesa formar personas, sino formar trabajadores.

Con esto ni mucho menos pongo el foco de culpabilidad en las escuelas o en el sistema educacional, ni muchísimo menos. Es un problema mucho más global. Un problema cuya primera y última consecuencia es la misma: hacer que las personas no piensen. En robotizarlas.

Se nos ha enseñado que la manera correcta de vivir es en frenesí. A la búsqueda constante de estímulos ajenos, de mantener ocupada nuestra mente. De tener cosas que hacer y, si no las tenemos, a buscarlas desesperadamente. Si no las tenemos, centramos nuestra mente en el móvil para entretenernos. Porque he ahí la clave, mantener la mente entretenida. Esto trae consigo un modo de vida superficial, una manera de vivir las cosas triste, incapaz de construir nada verdadero, profundo.

En vivir de manera inconsciente, sin saber cuáles son nuestras prioridades. Qué es aquello que tengo que cuidar en primera instancia, pues desconozco completamente qué es lo más importante para mí. En construir relaciones sin ningún tipo de paciencia ni confianza. Claro está, si todos nosotros somos personas superficiales, cómo vamos a construir nada fuera de ello.

Al contrario, si nos encontramos en la situación de no tener nada que hacer, o si levantamos nuestra mirada de las pantallas tras horas entretenidos, sentimos un inmenso vacío. Un vacío dentro de cada uno de nosotros que crece hasta poder entretenernos con algo. Bien claro lo dejaba Bertrand Rusell en La búsqueda de la felicidad; para conseguir ser felices, el ritmo de vida tiene que ser tranquilo, sosegado. Hoy, bien sea por estímulos o por la tecnología, la única prioridad es entretenernos.

En consecuencia, es necesario reflexionar sobre nuestras prioridades, adquirir consciencia de lo que tenemos -antes de que sea demasiado tarde- y pensar sobre lo que hacemos, sentimos y vemos. De lo contrario, seguiremos navegando en el océano de la superficialidad, la ignorancia y la desconfianza. Al fin y al cabo, quién de todos vosotros es capaz de responder aesta pregunta: ¿Qué te hace feliz?