EL AMOR SIEMPRE GANA




Lo más probable es que no lo sepas, pocos la conocen. No porque tenga ningún tipo de trascendencia, sino porque no me lo has preguntado. Hablo de mi película favorita. Sin ser un cinéfilo empedernido, me gustan las películas que cuentan historias reales, que vayan más allá del puro entretenimiento de dos horas que supone una de acción, de las intensidades puntuales de una de terror o la utopía e idealismo de una romántica. Me gusta que te hagan sentir identificado y dejen poso en ti. Tengo mis predilectas, pero no soy de los que pienso "hay tantas que no puedo escoger". Como alguno habrá adivinado ya, mi película favorita es Interstellar. Antes de nada, quien no lo haya visto y no quiere enterarse de nada, que la vea y después siga leyendo. Hay una sencilla razón para mi elección. Por mucho que tenga elementos catalogados como ciencia ficción, Christopher Nolan (el director), a través de dos historias independientes entre sí, dibuja la representación mas pura y certera de lo que es el amor que yo haya visto o leído jamás.

Por un lado, el desarrollo de una relación paterno-filial a años luz de distancia, sin que un padre y una hija puedan verse. Pero es la doctora Brand (Anne Hathaway), quien, buscando a su persona amada en el espacio, describe en un minuto y medio lo que es el amor. He aquí su discurso:

"Sí, estoy enamorada de él. Y eso hace que quiera guiarme por el corazón. Tal vez hayamos pasado demasiado tiempo intentando solucionarlo con la teoría. El amor no es algo que hayamos inventado nosotros, es observable, poderoso, tiene que significar algo. Amamos a personas que han muerto, eso no tiene ninguna utilidad social. A lo mejor significa algo más, algo que no alcanzamos a comprender; quizás se trate de una prueba, un artefacto de una dimensión superior que no percibimos conscientemente. Estoy cruzando el universo atraída por alguien que no he visto en una década y quien probablemente esté muerto. El amor es lo único que somos capaces de percibir que trasciende el tiempo y el espacio. A lo mejor deberíamos creer en eso, aunque no lo entendamos aún. Sí, la remota posibilidad de verle me emociona, pero eso no quiere decir que me equivoque".

En esencia, cualquiera que haya estado enamorado -o lo esté- se habrá sentido identificado con estas palabras. El amor -en todas sus formas- es el verdadero motor del mundo de cada uno. Somos capaces de hacer cualquier cosa por nuestros seres queridos. Y cualquier cosa es cualquier cosa. Seremos tan felices como queridos nos sintamos, como capacidad de amar tengamos. Nuestros seres queridos se sitúan en la primera esfera de importancia, el resto va después. Ninguna de las demás esferas tienen sentido sin la primera. Sin embargo, ¿rendimos homenaje a este ente independiente que es el amor? ¿O nos apropiamos de él y distorsionamos su significado, dándole matices y formas bien alejadas de lo que es en origen? ¿Tiene el contexto donde desarrollamos nuestras relaciones algo que ver?

Comenzando por lo último, vivimos en una realidad -ciertamente la que hemos construido nosotros- que no ayuda. Somos la generación donde las personas se eliminan unas a otras con el dedo, donde todo queda expuesto, con el posterior desencanto que esto trae, donde las cosas importantes las decimos detrás de una pantalla. Donde la tecnología penetra toda intimidad. Tengamos una actitud más consciente al respecto o no, la línea entre lo privado y lo público es cada vez más difusa. Nosotros, además, no conocemos otra cosa, y estamos ciertamente obligados a que las redes sociales lo abarquen todo. Las necesitamos para nuestro día a día, para el trabajo o los estudios. Pero éstas trastornan lo que en origen debe ser el amor.

En este punto, más de uno habrá discrepado. Estará seguro que mantiene el control de todas las acciones que lleva a cabo. Que utiliza las redes sociales exactamente como las quiere usar. Que controla a ellas, no las redes a él. Bajo mi punto de vista, esa sensación de control es notablemente ficticia. Sí creo que todos contamos con ideales que tratamos de perseguir. Conceptos sobre cómo deberían ser las cosas o cómo deberíamos de actuar. Pero en ese punto siempre surgen discrepancias que, además, no muchos admiten. Y he ahí donde sí podemos retomar el control. Cuando nos damos cuenta del error.

Es fácil equivocarse. Muy fácil. Vivimos en la supremacía de lo instantáneo. Cuanto antes, mejor. Odiamos la espera, el aburrimiento. Y aquí las redes son el medio perfecto para soltar lo primero que se nos pasa por la cabeza. Para llevar al extremo aquello de hay que decir lo que se piensa, no pensar lo que se dice. Además, podemos controlar el momento en el que la otra persona, recibe, lee y contesta. Y crees que bah, estas cosas es imposible que a mí me afecten. Que me molesten. Pero estamos tan absortos en el contexto tecnológico que llega un día donde sí, un mensaje respondido tarde o un leído te afectan. O donde dices algo que al momento te arrepientes. Y si alguien es capaz de abstenerse de todo esto y no se siente de ninguna manera identificado, sólo me queda felicitarle.

Lo difícil es caerse del burro. Darse cuenta que te has confundido. Pedir perdón. Admitir que no estabas siendo la mejor versión de ti mismo. Que hay cosas que no las tendrías que haber hecho de esa manera. Tragarse el orgullo, ser consciente del error, pedir perdón con su consiguiente reacción y cambio. Porque un "lo siento" sin cambio es, simplemente, un engaño. Ninguno podemos deshacer lo que ya está hecho. Vivir una vida que ya está registrada. Tan cierto como que no existen los "demasiado tarde".

Además, dejando el contexto de lado y postrándome en el lado humano, hoy en día se premia la individualización. Pensar en ti, en nadie más. "Nadie va a mirar por ti, cuanto más hagas menos te lo agradecen y hay que ser egoísta para ser más feliz". Recibimos mensajes como éste todos los días. La sensibilidad hacia los demás se ve como un signo de debilidad, no como una virtud. La no afección es la máxima que muchos siguen. "A mí no hay nada que me afecte". Con esta caracterización, es imposible que surja nada que sea puro. El amor es empatía, sensibilidad, profundidad de sentimientos y, por qué no, debilidad hacia la otra persona.

Como conclusión, el contexto en el que vivimos dificulta sobremanera las relaciones amorosas y estamos expuestos constantemente al error. Pero he ahí donde debemos actuar, sacar nuestro lado humano, ser conscientes de ello y reaccionar ante nuestros errores. Todo ello sin dejar de lado lo que verdaderamente nos hace humanos: la sensibilidad, la empatía, el cariño por los demás.

Aunque, más allá de nosotros y nuestras circunstancias, la vida es una serie ininterrumpida de tirones hacia delante y atrás. Deseas realizar una acción pero te ves obligado a realizar otra. Nos hacen daño cosas que no deberían hacernos daño. La vida es una tensión de opuestos. Y en este combate de lucha libre que es la vida, el ganador siempre es él. Lo puedes leer en el título.